Gárgolas insomnes

Agosto 29 de 2008

Este post es posterior al post anterior... Perdón. Va de nuez. Este post es una post-data.

Hoy en la madrugada, como de costumbre, salí a hacer ejercicio. Caminé hasta el Museo Nacional de las Intervenciones y, a falta de las sombras que antes me ocultaban, en donde había contado los vestigios de quince árboles talados, oriné sin pudor a la luz de los faroles y la vista eventual de la policía. Orinando noté que la maravilla descrita en el texto llamado Naufragio -que pueden leer más abajo- ocurrió también aquí: en la base de un árbol sin árbol pero con raíces, brotó un retoño, milagro de la naturaleza que responde así a las agresiones humanas, si algo hay de humanidad en estos casos. Observando tal fenómeno de vida vegetal que se resiste a morir y vuelve a nacer de sus restos mortales, como Ave Fénix modesta y discretísima, o como si le cortaran la cabeza, los brazos y las piernas a una mujer y ella respondiera dando a luz un bebé... Observando este fenómeno, decía, comencé a sentirme desprotegido y entonces noté que había más árboles muertos de los que yo había contado la última vez (digo la última vez porque nunca jamás volveré a contar cadáveres ni retazos de seres vivos). Algún demente partió en dos varios árboles jóvenes y dejó allí sus dos partes, esto es, que lo hizo para nada y porque nada se lo impedía.

¿Qué mierda está pasando aquí?, me pregunté, y regresé con una expresión de odio iracundo, que se está convirtiendo en mi de por sí, al foco de contaminación en donde "vivo", no sin antes detenerme a ver de cerca la flor que, arropada por plantas solidarias, nació en medio de un tronco talado a la puerta de mi edificio. ¿Qué es esto?, me pregunté de nuevo. Alguien había permitido que su educado perro bañara de abundante diarrea este pequeño espectáculo de vida reproducida encima de la muerte. No se me ocurrió algo tan simple como regresar y darle un cubetazo de agua. En vez de eso, me puse filosófico: esto responde a la pregunta, pensé, pregunta que había leído minutos antes en mi correo electrónico acerca del por qué de mi soledad.

Como era de madrugada, nadie había quitado todavía el mensaje que dejé a la vista de mis vecinos: "La vocación contaminante de algunos en este edificio es una forma de violencia que propicia otras formas de violencia, más contundentes". Ante su falta de sensibilidad y respeto a ellos mismos y los demás, no creo que ningún letrero les haga reflexionar, pero entre mis cosas embodegadas -si es que siguen completas- hay unos chacos de madera con los que practicaba yo hace más de una década. Quizá sea un retroceso, pero he decidido volver al entrenamiento y comprar otros dos pares de chacos, unos acojinados para practicar y otros de metal para romper huesos y demás. También he decidido tramitar el permiso legal para portar una pistola marca diablo y, en su caso, usarla sin mayores miramientos o remordimiento de conciencia ni de ninguna especie. Finalmente, como dijera el sabio cinismo de Serrat, la conciencia es del todo anticonstitucional, y yo algún día tenía que decir ya basta, se acabó, hasta aquí llegó mi tolerancia. Todo tiene un límite.

[] Iván Rincón 10:15 PM

Agosto 27 de 2008

La Cineteca Nacional cuenta por fin con un buzón para que el público deje sus «quejas y sugerencias». Por lo visto, a los secuestradores del lugar les pudo el escarnio que alguien hizo con respecto a que hubiera un buzón para los empleados y ninguno para el público. Lo que no ha tenido ni el más mínimo efecto son las «quejas y sugerencias» que el público hace por eso medio, a menos que hasta hoy nadie se haya quejado, por ejemplo, de que en las dos salas más grandes las películas se proyectan siempre fuera de la pantalla (fuera de broma, hasta en el techo), o de que se ven oscuras y opacas, o de que los cácaros apagan a veces el proyector antes de que terminen de pasar los créditos, o de que suben el nivel de audio cuando es de baja calidad y, de paso, dejan al público tan sordo como ellos, o de que se exhiben películas en DVD o «video digital» (imagen difusa y audio saturado) y además nos cobran por tolerar esa falta de respeto... En fin. Seguramente nadie se queja del autosabotaje y más bien deposita felicitaciones y agradecimientos.

De hecho, el buzón para «quejas y sugerencias» del público es solo una de las novedades, porque ahora resulta que, antes de ver una película, tenemos que sufrir anuncios de Televisa y Proyecto 40, y también resulta que en la sala tres, la tercera más grande, las películas son proyectadas en miniatura, casi al tamaño de un televisor "gigante", quizá para compensar que en las dos salas más grandes la imagen desborda la pantalla y los decibeles superan la capacidad auditiva. Quizás estoy equivocado y ese es el efecto de las quejas buzón mediante. Quizá no estoy equivocado y si algo hacen con las quejas es usarlas como papel de baño. Con o sin buzón, estas quejas tienen años ventilándose por otros medios (este blog, por ejemplo), lo que lleva inevitablemente a la demanda, no petición ni sugerencia, de que se vayan todos de allí. Si entre todos no se hace uno con la sensibilidad y la capacidad física y mental necesarias para poner fin a un problema que cualquier otro en su lugar solucionaría en unas horas o minutos, o de un día para otro en el peor de los casos, que se vayan todos entonces. No es broma.

Una protesta al estilo de Jesusa Rodríguez y sus ingeniosas ocurrencias sería llevarles a los secuestradores del recinto -ya que no conciben más posibilidad que seguir cagándola- una cantidad inmensa de papel sanitario para que no echen mano de las «quejas y sugerencias» con el mismo fin.

En eso pensaba yo una lluviosa noche al atravesar la calle, cuando cierto anuncio luminoso, firmemente anclado a la banqueta, distrajo mi atención... digamos, como lo habría hecho un payaso. "Lo estamos logrando", afirmaba el anuncio. "¡60 mil árboles plantados en junio y julio de 2008!" Carajo, dijo mi otro yo. ¿En qué país del mundo habrá ocurrido eso? ¿Será que el síndrome de Foxilandia está reproduciéndose a escala defeña? ¿Será que los árboles de junio y julio fueron demasiados y por eso en agosto han arrasado con los de toda la vida, no solo en Portales y General Anaya, como he denunciado aquí, sino también en otras zonas de la ciudad, según lectores del blog?

Quizás he caminado por rumbos equivocados, porque la neta es que no he visto reforestación alguna en ningún lado. Por el contrario. Nada más en la pequeña franja verde que antecede a la iglesia, junto al Museo Nacional de las Intervenciones, hay quince árboles menos, de los cuales dos tenían un metro de diámetro. ¿Cuántos habrán talado en todo el rededor? ¿Cuántos en todo General Anaya? ¿Cuántos en toda la delegación y cuántos en la ciudad? ¿Sabrán sus brutales depredadores que los árboles son seres vivos y, en consecuencia, ellos son asesinos? ¿Tendrán una remota idea del tiempo que requiere un árbol para alcanzar un metro de diámetro? ¿Pensarán en la cantidad de oxígeno que nos daba? ¿Pensarán acaso? ¿A quién le estorbaban esos árboles? ¿A otros árboles? ¿A los faroles? ¿A los postes? ¿A la policía que alucina "malvivientes" entre las sombras? ¿A las cámaras del policía número uno de la ciudad, que si antes era el carnal Marcelo ahora es el Gran Hermano?

Algo me recordó a Héctor Sánchez, que aspiraba a ser gobernador de Oaxaca y, como presidente municipal de Juchitán, arrasó con todos los árboles que se atravesaron en su camino para encementar cuanto fuera posible hasta que ese gigante con piso de lodo mereciera llamarse ciudad, todo con la promesa de plantar después otros árboles, quizás en cantidades similares a las que devastó la urbanización del lugar donde hoy imperan, como en cualquier ciudad, los coches y su rastro de humo y ruido. "Hay que modernizarnos. Que nuestra gente aprenda a caminar por las banquetas".

Cualquiera que no esté ciego y viva en el sur de esta otra ciudad o esté de paso, puede caminar por las calles de Portales Sur y contar los lugares antes ocupados por árboles. "Aquí había uno", dirá, y unos metros más adelante: "Aquí había otro" (también puede contar los pasos entre una y otra excreción de perro, dicho sea entre paréntesis). Cualquiera puede caminar alrededor del Museo Nacional de la Intervenciones y hacer lo mismo. Quizás hay menos mierda ahora con menos árboles. Quizás hay menos asaltos a transeúntes y menos violaciones a muchachas que andan solas de noche. Dios quiera que así sea, o sea, amén.

El caso es que alguien plantó 60 mil árboles durante junio y julio en alguna parte que no es, ni por asomo, donde yo vivo. "Súmate como voluntario y reforesta en agosto y septiembre", agrega el anuncio con luminoso entusiasmo y singular alegría. Mi voluntad, en cambio, es llevar una tonelada de papel de baño a la Cineteca Nacional y cortar de tajo a los que siembran esta barbarie, este ecocidio, este holocausto de árboles.

Ya me ocuparé luego de los que bombardean objetivos civiles en Irak y Afganistán, asesinando principalmente a niños, cientos y miles de seres humanos en su más pura esencia (futuros terroristas, según los enemigos de la humanidad), mientras la patética y vergonzosa ONU les pide a los asesinos en masa que "tengan más cuidado, por favor". De eso me ocuparé cuando haya dicho que la película más reciente de Woody Allen es el anuncio de su franco declive. Que nadie se quede atrás de Clint Eastwood, otro decadente que, a diferencia del primero, gasta en sus lacrimosos bodrios suficiente dinero para alimentar a los niños que los gringos prefieren asesinar y, así como se alía con Spielberg para producir cine bélico a la vez conmovedoramente humanista, lo hace con otros magnates para convertir grandes extensiones de bosque en campos de golf.

Con la misma lógica de Bush el pequeño, que durante su campaña dijo acordar la guerra directamente con Dios, no sin antes confundir al talibán con un grupo de rock y proponer la tala de los bosques para evitar que se incendien... Con la misma lógica, decía yo, hay que demoler la estatua de la libertad para evitar que sea objetivo del terrorismo internacional... encabezado por Estados Unidos. Eso hay que hacer, pero antes hay que llevar una tonelada de papel "higiénico" a la Cineteca Nacional.

[] Iván Rincón 11:21 PM

Agosto 9 de 2008

Ahora la muda es ella, se dijo el remitente algún tiempo después de escribirle una carta que tardó en enviarle más de la cuenta, y pasaron días y semanas, meses y años, y la destinataria siguió sumida en un profundo silencio, un silencio de piedra, como el que guardan celosamente las gárgolas en algunas casas y algunos templos, de donde las echaron por su monstruoso y demoníaco aspecto, y quedaron asidas a lo alto de las fachadas para siempre, vomitando la lluvia que anega las azoteas. Vaya paradoja, pensó el remitente. Unos demonios petrificados, como pequeños dragones de concreto, vigilan desde afuera que, al interior de los recintos de Dios, haya silencio. Qué curioso, se dijo, pero más raro resulta que la destinataria no hable. ¿Le habrá comido la lengua el ratón? ¿A quién se le ocurre que los ratones se coman la lengua de alguien? Vaya idea. ¿Por qué no se les ocurre que esos animales se coman las orejas, que son más accesibles? Quizá porque una lengua es blanda y fresca y, en consecuencia, digestiva, o quizá porque no hay nada más suculento que su humedad...

Lo cierto es que la destinataria optaba por el mutismo. Al parecer, había perdido el interés en un dos por tres, o sea, en un seis. Ni modo, reflexionó el remitente. ¿Qué le vamos a hacer? ¿Ignorarla como ignoran los ignorantes el tamaño de su ignorancia? ¿Borrarla de la memoria como un trazo a lápiz? ¿Archivarla en el olvido como un caso cerrado? ¿Sacarla del corazón como coágulo que obstruye una arteria? ¿Insistir acaso hasta el acoso y el paroxismo? No, mejor no, mejor que siga callada, que no hable, que no diga nada, mejor que diga algo que no sea nada.

Y el remitente siguió esperando respuesta de la destinataria.

[] Iván Rincón 11:35 PM

Julio 31 de 2008

Ha de ser la luna, me digo. En estas noches, los perros y gatos huyen o se esconden a mi paso cada vez que salgo a la calle. Los vecinos también hacen lo necesario para no encararme, pero esos siempre han sido cobardes; no creo que la luna tenga algo qué ver con ellos. Lo que no entiendo es por qué influye en mi energía la luna menguante, cuando Venus parece estar más lejos de ella. Suele ser luna llena la que propicia la transformación del hombre en lobo, según la tradición; la que inspira a poetas y asesinos; la que prefieren algunas brujas para hacer sus aquelarres... Yo escucho aullidos en noches de luna menguante.

Al caminar por calles desiertas de madrugada, la soledad me hace sentir momentáneamente libre; ocasiona una sensación de maridaje entre la ciudad y yo, como si la bestia de asfalto fuera toda mía, sin intermediarios, como si no existiera nadie más que ella y yo, salvo acaso uno que otro ser de mi especie, la que guarda instintivamente su distancia con los demás, tal vez un gato huraño o un perro solitario, de esos que desprecian a los perros gregarios, pero se acercan a mí bajo el radiante influjo de la luna llena, se sientan o caminan a mi lado, o quizás un anciano de los que barren la calle diariamente a las afueras de su casa, o un repartidor de periódicos en su motocicleta silenciosa, como Betsabé, cosa que no existe más que en mi imaginación de historietista o novelista gráfico.

En la medida que el monstruo despierta y entra en actividad, y amanece, cuando comienza el tráfago citadino que aturde y balcaniza toda sensibilidad, satura el aire, y los olores y sonidos ceden a las emanaciones tóxicas y al ruido, todo se echa a perder, se descompone, el caos ocupa el lugar de la quietud, invade su espacio, lo usurpa. Horas antes de este cambio brutal, la tranquilidad es el único elemento posible en mi vida; su ruptura es una forma de muerte cotidiana.

Cada día soy menos tolerante a la contaminación, lo mismo que a la gente en general, pero sobre todo a quienes envenenan el aire y me chingan la existencia, la gente mierda que deja su mierda en la calle, la gente basura que deja su basura en los pasillos del edificio donde vivo y también en la calle, en los parques, la gente pestilencia que agrede con humo de cigarro, los que abren el escape de sus carros y camiones y pisan hasta el fondo el acelerador, incluso estacionados, los que activan sus alarmas o tocan el claxon con singular histeria, los que dejan escapar el gas impunemente, los que talan o mutilan árboles al amparo del poder y propician basureros y esperan que uno se asimile como ellos. La gente que atenta contra la vida no merece vivir, y ya me tiene hasta la madre; ganas no me faltan de responder a toda su violencia con una equivalente o similar, pero más contundente, que resuma las cosas y las arregle de una vez, como suelen hacer los cataclismos y las revoluciones.

Ha de ser la luna, pienso. Al escampar en noches de luna menguante, salgo al desencuentro con esta realidad y tengo incidentes extraños, como el de hoy. "¿Lobo, estás allí?", preguntó una voz infantil entre las sombras del parque. Ha de ser la luna, me dije una vez más, pero esta vez no había ni siquiera luna menguante, sino un cielo gris de nubarrones. "¿Lobo, estás allí?", volvió a preguntar la voz entre los árboles, así que me interné en la oscuridad para averiguar quién era... Cuando abrí los ojos de nuevo, había un lobo dentro del espejo, que rompí en seguida y quedó hecho pedazos. La sangre salpicó techo y paredes, y escurrió lentamente hasta encharcar el piso. No debo seguir aquí, pensé; mi lugar está en el bosque.

[] Iván Rincón 11:07 PM

Julio 21 de 2008

Ha de ser la luna, pensé al sentir que la inspiración me asaltaba y el olfato percibía un olor a noche y los sonidos me invadían y los colores y contornos colmaban de formas la mirada; la respiración anhelaba más vida y la vida era plena como el astro que ilumina la mente de los noctámbulos. Ha de ser la luna, me dije. Cuando escampa, las calles reflejan su luz, que a su vez es reflejo del sol y proyecta las sombras de los árboles. ¡Ah! Pobres árboles. Ahora son objetivo militar, objeto de muerte y destrucción, víctimas de planticidio y floricidio, o sea, ecocidio.

Salgo después de media noche a hacer ejercicio y me desencuentro en flagrante barbarie con los de Luz y Fuerza del Centro mutilando a los árboles de Portales o arrasando con ellos de plano, por el bien de los cables de luz eléctrica, los postes y todo eso. En la demolición de un inmenso local para fiestas y demás, barrieron de paso con todos los árboles que había alrededor. ¿O los habrán trasladado a otra banqueta? ¿Se los habrán llevado íntegros a vivir con sus semejantes, tal vez a un camellón o los viveros de Coyoacán? ¿Habrá alguien tan ingenuo como para suponer semejante cosa?

Llego al Museo Nacional de las Intervenciones y me desencuentro con los árboles más grandes y añejos hechos literalmente pedazos, una carnicería de madera, con la única diferencia del olor. Los árboles son tan nobles que ni siquiera convertidos en retazos huelen a la descomposición de la carne y el hueso y la sangre. ¿Cuál es la excusa en este caso de tanta brutalidad? ¿Quién puede detenerla? ¿Cómo protestar, al menos?

Camino de noche por Coyoacán y, en medio del silencio, la soledad y la penumbra que parece darles miedo a los normales (conste que no dije ordinarios), me detengo a observar desde todos los ángulos a un árbol gigante que no creció hacia arriba, sino hacia uno de sus lados, el de la calle, para su mala suerte (la del árbol, no de la calle), porque esta retorcida belleza de lustros o décadas terminará talada por la "autoridad", tan civilizada ella, para el bien del tráfico vehicular.

Entonces recuerdo que Bush el pequeño proponía talar los bosques para evitar los incendios y recuerdo que Clint Eastwood y compañía pretendían arrasar con extensas reservas de la biosfera para convertirlas en campos de golf... ¿Cómo puede haber tanta imbecilidad?, me pregunto. ¿No será posible arrasar con ella nosotros antes de que ella lo haga con los otros? ¿No será posible cortar de tajo con esta espiral de terrorismo por lo sano?

En noches de luna llena, más que hombre lobo, me siento inspirado para matar en defensa de la vida, pero en vez de matar a nadie soy buena gente y hago ejercicio, trato de no pensar y dejar las ideas para después, pendientes de los árboles sobrevivientes del holocausto, pendientes como los de Luz y Fuerza del Centro, ahorcados con sus propios cables en la noche de la revancha.

Buena idea, dice mi otro yo. Ha de ser la luna...

[] Iván Rincón 8:32 PM